Un verano sin redes I

septiembre 12, 2019

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Hoy iba a hablaros de mi verano sin redes sociales, pero he cambiado de idea. Voy a empezar por publicar un texto que ya escribí hace dos años y medio y que nunca me atreví a publicar. Otro día, si os apetece leerme, os cuento mi verano sin redes.

Texto de febrero de 2017

Hoy voy a escribir sobre adicción.

Hace ya tiempo que tengo ganas de hacerlo, todavía no sé qué saldrá de esto ni si llegaré a publicar el texto, pero creo que vale la pena que plasme en papel algo que, estoy segura, también os preocupa.

Yo siempre me he considerado como alguien que no tiene demasiada propensión a las adicciones. Nunca he fumado, a pesar de haber probado algún que otro cigarrillo muy de vez en cuando; a excepción del vino (al que me aficionó Philippe, que para algo es francés), no suelo beber en demasía; no me gusta el juego; y ni siquiera he tenido la suerte de aficionarme al deporte hasta el punto en que se convierta en adictivo.

Pero, señoras, y señores, lo del teléfono, por mucho que intente negármelo a mí misma, autoconsolarme con que la mitad del planeta está igual que yo y quitarle hierro al asunto diciéndome que no es para tanto, el dichoso móvil es una adicción.

Según la Real Academia Española (ya perdonaréis, pero lo de acudir al diccionario cada dos por tres es defecto profesional), la primera acepción de la palabra “adicción” es “dependencia de sustancias o actividades nocivas para la salud o el equilibrio psíquico” y la segunda, “afición extrema a alguien o algo”. En ambos casos, no me queda otra que rendirme a la evidencia de que mi comportamiento con el móvil es adictivo:

Me despierto con la alarma del móvil; ya no llevo reloj porque miro la hora en el móvil; por la mañana miro la aplicación del tiempo y la de tráfico; desayuno leyendo las principales noticias del día (en el móvil); consulto los correos electrónicos de las cuatro cuentas de mensajería electrónica personales y profesionales a una frecuencia para nada razonable; no me gusta nada Facebook porque rara vez me aporta contenido interesante, pero, aun así, me doy una vuelta de vez en cuando a ver “qué se cuece” o por si hay algo interesante por una vez; no busco trabajo pero entro en Linkedin; los WhatsApp van ametrallando la pantalla a lo largo del día; las notificaciones de Instagram atraen a mi dedo cual imán: organizo las vacaciones desde las aplicaciones de TripAdvisor, AirB&B y Booking; edito las fotos de Instagram con VSCO y a Color Story, en el móvil; llamo a mi madre por FaceTime para que vea a sus nietos… y todo esto se repite como el día de la marmota.

Miro el teléfono al despertar; en los transportes públicos “para matar el tiempo”; en los semáforos en rojo, si voy en coche, echo un vistazo rápido, por si me he perdido algo en la media hora que llevo conduciendo; en la sala de espera del médico o en cualquier sitio en el que tenga que esperar, porque así me parece que aprovecho el rato; durante los anuncios, si veo algo en la tele, en el restaurante, si se va al baño la persona con la que como o si llega 5 minutos tarde; miro el móvil mientras doy el pecho a Théo; e Inés no me dice: “Mamá, deja el móvil”. No. Está tan acostumbrada a verme con él que, cuando no lo tengo al lado y lo dejo en otra parte de la casa, me lo trae sin que yo le diga nada. Para ella, es tan normal que ni siquiera lo juzga.

Yo que era tan soñadora, ya apenas tengo momentos pensando en las avutardas o, mejor aún, con la mente en blanco.

Me consuela pensar que no soy la única, que estamos todos igual, que es tan práctico este pequeño artilugio “todo en uno”, pero, cuanto más lo pienso, más me asusta no solo la adicción que provoca, sino también, y sobre todo, la esclavitud a la que nos autosometemos y todas las neuronas que debemos de quemar (aquí son solo elucubraciones mías y no datos científicos) al no darnos el lujo de desconectar.

Y ahora qué

Como suele pasar, cuando uno pone por escrito algo que le ronda la cabeza, el asunto toma una mayor amplitud y lo suyo sería tomar cartas en el asunto. El problema del móvil es que no es como el tabaco, es decir, totalmente nefasto por lo que la única solución es atajar el problema de raíz. El teléfono, bien usado, es una herramienta estupenda para mantenerse al día y estar conectado. Pero yo no quiero ser esclava de semejante cachivache, de modo que aquí van mis propósitos desde ya:

– Cuando estoy con los niños, mi marido o cualquier otra persona que merezca toda mi atención, el móvil se quedará en el bolso o en un cajón.

– Voy a dejar de dar el pecho con el móvil, porque estoy disfrutando a medias algo que dentro de poco echaré muchísimo de menos.

– Voy a ponerme un límite de veces que consulto el correo, los WhatsApp y, sobre todo, Instagram.

– Voy a empezar por una cura de dos semanas de reducción “a ver qué pasa”

No tengo ni la menor idea de en qué quedarán los buenos propósitos, pero yo nunca me he considerado una persona adictiva y me niego a que mi vida gire alrededor de un pedazo de plástico sin ojos.

Photo credit: Sophie Thierstein.

 

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COMENTARIOS
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Hola Marta,

No podías plasmarlo mejor. Cuando pienso en esta adicción, voy directa a qué pasará de aquí a unos pocos años cuando mis hijos estén (seguramente) también enganchados. Eso me hace darme cuenta del cambio que debo hacer ya, porque si no soy capaz de cambiar yo, cómo voy a pretender que ellos cambien.
Me ha encantado el post.
Besitos.

Al 100% contigo! Hemos sobrepasado el límite de la “conexión telefónica” y la “desconexión humana”… Somos unos ADICTOS y hay que ponerle un freno!

Bua,como lo has descrito,y he pensado,es mi reflejo,yo hace un tiempo cuando vi,las estadísticas de las veces k había estado en igg,pensé no tengo otra cosa mejor k hacer?k me importa lo k hagan muchas veces la gente,yo he tenido una mala temporada,y me ayudaba a desconectar y no pensar.Antes leía mucho,y ese tiempo lo dedicaba al móvil,yo no tengo hijos en edad de dar mal ejemplo,pero si k es una mala influencia.Yo cuando veo a los críos k en vez de llevar en las manos una bicicleta o un balón, me asustó y pienso donde estamos llegando,ahora me he puesto como meta leer todos los días, y lo estoy consiguiendo,este verano me he leído 5 libros,ésta era mi adicción, y quiero k vuelva a ser la.MUCHOS BESOS MARTA,y este verano lo has hecho muy bien

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