Hoy quería escribir sobre el que ha sido probablemente el fin de semana más relajante del verano.
Isla Bonita -nombre con el que ha bautizado a este maravilloso lugar en la Dróme, región al lado de la Provenza francesa, su propietaria, Petra- reúne todos los ingredientes para sentirse en un paraíso terrenal.
Isla Bonita es tan bonita como su dueña:
- La casa tiene alma, está decorada con muchísimo gusto, al mínimo detalle y con estilo propio. Todo el conjunto refleja la personalidad, las vivencias y los viajes de esta familia curiosa, viajera empedernida y acogedora a más no poder, conservando a la vez todo el encanto de las casas del sur de Francia. Aquí no encuentras el mueble a la última, sino sillas descubiertas en brocantes, mesas y columpios hechos a mano, piezas traídas de sus viajes por América Latina, una colección de regaderas que han ido completando con regalos recibidos de los amigos que les vienen a visitar a lo largo de los años, fotos enmarcadas de momentos felices y niños sonrientes a los que conocieron en Nicaragua, Guatemala o Cuba.
- La naturaleza hace toda la magia del lugar. En Isla Bonita no hay playa, como se podría pensar, sino elegantes caballos, gatos cariñosos, árboles frutales, olivos, palmeras, un bosque con una casita de madera en la que se refugian los caballos cuando hace demasiado calor, lavanda, glicina, hiedra y grillos.
- La piscina une a pequeños y a mayores y suple ampliamente la playa que todavía queda a muchos kilómetros que ahí.
- Y las personas son las que hacen toda la diferencia. Las puertas de Isla Bonita están siempre abiertas; aquí van llegando amigos, si no hay habitaciones libres, siempre quedan las hamacas del patio o una tienda de campaña en el jardín; pasan los vecinos a tomar algo en cualquier momento y siempre son bien recibidos.
- Los días transcurren a otro ritmo; ya no hablo del ritmo frenético que llevamos todos entre trabajo, niños y obligaciones autoimpuestas, sino del no menos frenético de las vacaciones de turismo agotador. En Isla Bonita no hay nada que hacer aparte de darles de comer a los caballos, acariciar a los gatos, darse un baño antes de preparar la comida y, sobre todo, hablar. Hablar de todo y de nada: del día a día, de la vida, de viajes pasados o futuros, de las relaciones humanas, de lo difícil que es educar… Hablar con amigos, pero también con vecinos o amigos de Petra, que no conoces de nada y con los que en unas horas puedes llegar a compartir más que en todo el año con otra gente de tu entorno…
Tengo que confesar que mi relación con la naturaleza es de amor-odio. Tengo alergia al polen, a los gatos, a las picaduras de avispas y a no sé cuántas cosas más. Aun así, un fin de semana en Isla Bonita, sin hacer nada en especial, sin visitas de ningún tipo, con cenas de las de carcajada con lágrimas en los ojos, viendo disfrutar a Inés y a Théo mientras juegan con los gatos, van a gatas hasta poner negros los pantalones y aprenden un montón de cosas sobre caballos, simplemente pasando tiempo entre amigos, era exactamente lo que necesitaba para recargar pilas.
Muchas gracias, Petra, por acogernos con tanto cariño y por dejarme escribir sobre ello…
Me ha encantado el post y las fotos. Mañana me iba a conocer a Petra!!