Huelga decir que este está siendo un verano fuera de lo común. Después de meses de confinamiento más o menos estricto según los países, de tener que hacer aún más malabarismos de los que ya nos toca hacer de normal, de tristeza por haber perdido a seres queridos o miedo a llegar a perderlos, las vacaciones eran esa luz al final del túnel a la que todos nos aferrábamos y lo único que nos hacía aguantar.
Detrás quedaron planes de viaje a lugares lejanos (en estos momentos, nosotros aún estaríamos viajando por Asia) y, para muchos, incluso a lugares cercanos. Nosotros no perdimos la esperanza de poder volar hasta unas semanas antes de nuestro viaje a Asia y, cuando nos rendimos a la evidencia, no fue nada fácil decidir qué hacer. En las circunstancias actuales, no nos veíamos en una zona masificada, no nos apetecía comprar otro billete de avión (que se podría volver a cancelar) ni ir a grandes hoteles con mucha gente.
Por todo eso, optamos por la Provenza. Es una región en la que ya habíamos estado varias veces, cae de camino a mi pueblo en España y tiene todo lo que nos gusta: pueblos preciosos, pequeños hoteles llenos de encanto, campos de olivos y de lavanda, atardeceres de ensueño y, este año, tranquilidad, mucha tranquilidad. La Provenza ha sido una región de Francia muy poco afectada por la crisis de la covid, de manera que nos sentimos muy cómodos y relajados a ese respecto. Si a eso le añades que este año apenas hay turistas, se convierte en un verdadero paraíso.
Durante los ocho días que estuvimos ahí, nos alojamos en dos lugares diferentes a dos horas el uno del otro. Hoy os quiero enseñar el primero, porque ha sido un verdadero flechazo y todavía no me creo que tuviéramos la suerte de encontrarlo solo unas semanas antes.
Se trata de Le Vieux Castillon, un hotel boutique construido entre varias casas de un pueblito medieval y decorado con muchísimo gusto. Nos encantó que fuera un lugar con tanta historia, pero a la vez tan moderno. Las habitaciones y demás partes del hotel se encuentran distribuidas entre varios edificios de piedra y uno va pasando de un sitio a otro por escaleras, puentes, patios, a cada cual más bonito. La piscina es espectacular, con vistas a la campiña provenzal y una fachada en ruinas que le añade un precioso toque rústico. Nos gustó también mucho la comida del restaurante, gastronómica y a la vez muy ligera.
Le Vieux Castillon está muy bien situado para descubrir la Provenza más conocida (Avignon, Nîmes, Gordes…), pero nosotros teníamos ganas de salirnos de las rutas turísticas y visitar pueblitos menos conocidos, bañarnos en el río, disfrutar de la gastronomía…
Si venís por aquí, os recomiendo:
- Ir a visitar el puente del Gard, Patrimonio Mundial de la Humanidad, y aprovechar la visita para pasar el día en el río.
- Admirar las gargantas del Gardon o recorrerlas en canoa o kayak (esto no lo hicimos porque Théo aún es pequeño, pero queda en nuestra lista de actividades pendientes para la próxima vez).
- Ir a visitar el pueblo medieval de Uzès y subir a la torre Bermonde del castillo para admirar una vista espectacular de los alrededores..
- Recorrer las callejuelas de Castillon y su puesta de sol.
- Descubrir los talleres y tiendas artesanales de artistas de la región.
Espero que las fotos os transmitan esa calidez del sur de Francia y que me digáis si os animáis a ir un día. ¡Feliz verano!
Los niños llevan ropa y calzado de Shoe Chou, nuestro flechazo de este verano.