Creo que no es casualidad que haya acabado dedicándome a la docencia. Según mi madre, a lo que más jugaba de pequeña era a ser maestra; sentaba a mis muñecas delante de la pizarra y así se me pasaban las horas, dándoles clase de vete tú a saber qué. Pero si hay algo que realmente me hace pensar que estaba hecha para la docencia es que me encanta aprender y, cuando uno está al otro lado del pupitre, aprende todos los días. Aún me quedaron ganas de hacer un posgrado después de la licenciatura (y que conste que era una época en la que aún había salidas profesionales después de la carrera) y he aprovechado todas las oportunidades de formación que se me han presentado en el trabajo.
Con estos antecedentes, creo que será más fácil que entendáis que me fuera a una clase de fotografía en la otra punta del mundo en medio de las vacaciones, en lugar de aprovechar para descansar e ir a la playa. Al menos, igual la locura no os parece tan grande.
Descubrí mi pasión por la fotografía hace unos años y lo poco que sé lo he ido aprendiendo a base de llenar tarjetas de memoria con fotos de calidad dudosa y de formarme por mi cuenta y con algún que otro curso en línea. La verdad es que con la enseñanza virtual se me abrió el cielo porque, por desgracia, es difícil hacer cursos presenciales cuando trabajas y tienes familia. Aun así, no siempre es fácil asimilar algunas nociones sin tener delante al profesor y, desde hace un tiempo, soñaba con hacer una clase presencial. De hecho, ese fue mi regalo de Reyes de parte de Philippe y estaba esperando que se presentara la ocasión para aprovechar mi regalo.
A Twyla Jones la conocía por sus cuentas de Instagram y cuando mi amiga Bea, @camparinagreen, me dijo que daba un curso en línea, no dudé ni un segundo en apuntarme. Se trataba de un curso cortito pero muy interesante sobre cómo transmitir emociones a través de la fotografía. Me encantó, aunque no le saqué todo el provecho que podría haberle sacado, la verdad. Me doy cuenta de que esto de que muchos de los cursos de fotografía en línea no incluyan ejercicios no me obliga a mirarme el material tanto como si lo tuviera que poner en práctica porque alguien me fuera a corregir (aquí una defensora de los deberes). Esto hace que me mire el temario muy por encima, a la espera de tener tiempo libre para estudiármelo en serio (tiempo libre que no llega nunca) y la mayoría de las veces se queda en el disco duro muerto de asco. De ahí que tuviera muchas ganas de probar una clase presencial y, cuando vi que “la Jones” vivía a dos horas de Miami y ofrecía clases presenciales, no me lo pensé dos veces.
La logística era bastante complicada al darle todavía el pecho a Théo. Me tenía que llevar a toda la familia para que Philippe se ocupara de los peques mientras yo estaba en clase y me trajera a Théo cuando tuviera hambre, pero mereció la pena y yo creo que disfrutamos todos de la aventura. Twyla vive en un sitio precioso, Fort Pierce, alejado de las zonas más turísticas de Florida y con unas playas de escándalo. Lo que, en un principio, era solo una clase de fotografía se convirtió en mucho más. A través de la fotografía descubrimos una zona a la que no habríamos llegado nosotros solos y conocimos a una familia preciosa que nos abrió las puertas de su casa de par en par y con la que hubiéramos podido hablar horas y horas.
La clase de mentoring de Twyla consiste en dos sesiones de fotos (una a principios de tarde y otra al atardecer) que se adaptan a los intereses o las necesidades de cada alumno. En mi caso, yo le dije que me interesaba sobre todo la fotografía familiar, así que decidimos que la primera sesión la haríamos con mi propia familia y la segunda, con una familia que ella conocía. Además de las dos sesiones, durante el tiempo que estás con ella le puedes preguntar todas las dudas que tengas y pasas una parte del día delante del ordenador. Durante esa parte de la clase, Twyla te hace críticas constructivas sobre tus fotos y te explica cómo edita ella.
Se trata de una clase en la que no se abordan los aspectos técnicos de la fotografía, pero ves en directo cómo enfoca ella las sesiones, escuchas de primera mano cómo se inició en la fotografía y empezó a dedicarse a ella de manera profesional y, sobre todo, te inspiras y vas tomando seguridad en ti misma. Esto último puede parecer una tontería, pero cuando eres autodidacta y todo lo que has aprendido es de manera virtual, siempre te queda la duda de si estarás haciendo las cosas bien. Poder ver cómo trabajan otros fotógrafos te hace ver los aspectos que tienes que mejorar y que “tampoco vas tan desencaminada”.
En este post os dejo algunas de las fotos que hice en la sesión de familia que hicimos al atardecer. Me ha tomado mucho tiempo editarla porque hice tantas fotos que me ha costado un mundo hacer una elección de qué fotos editar (aun así, he llegado a unas 250 fotos editadas) y porque para mí era importante basarme en las pautas de edición que me dio Twyla para llegar a una edición que me gustara a mí y se adaptara a lo que yo quiero transmitir en mis fotos.
Espero que os gusten. A mí me sacan una sonrisa cada vez que las veo porque me teletransportan a esa playa tan maravillosa, con esa luz tan especial, esa familia tan fotogénica y en la que tuve la oportunidad de hacer fotos junto a una grande.
Me fui de ahí con la cabeza llena de ideas y aún más ganas de sacar la cámara.
Marta! Me encantan todas las emociones que has captado y la edición espectacular!
Enhorabuena por una sesión increíble! Un besazo guapa!
Muchísimas gracias, Carla. Eres un sol.
Besos,
Marta