Lo mío con la cámara ya sabéis que es casi patológico. Si el día tuviera más horas, las pasaría dándole al vicio y hay épocas del año, como el otoño, en las que la luz, el paisaje, los árboles, los atardeceres, absolutamente todo está precioso y las ganas de hacer fotos se multiplican por mil.
Este año en septiembre ya me había invadido el espíritu otoñal y me dije que era el momento ideal para matar dos pájaros de un tiro: hacer un bonito reportaje familiar y pasar el día con otra loca de la fotografía y el bonitismo como yo, mi amiga Stephanie. Lo teníamos todo planeado con semanas de antelación: nos pondríamos todos muy guapos, estrenaríamos la preciosa ropa de Stadtlandkind que ambas teníamos, iríamos a hacer un brunch a un restaurante con una terraza chulísima en la campiña ginebrina, daríamos un paseo por el vallon de l’Allondon y ambas haríamos fotos de nuestras familias respectivas.
Creo que a estas alturas del post ya habéis adivinado que las cosas no fueron tan idílicas como yo me había imaginado: llevaba haciendo buen tiempo desde hacía semanas, pero justo ese día salió nublado. Aun así, se suponía que se iba a despejar durante el día, así que yo seguía optimista e hicimos la media hora de coche que teníamos hasta llegar al lugar en el que habíamos quedado. Al llegar, ahí estaban Steph y su familia, pero por su cara entendí que el tiempo no era lo único que se había torcido. Resulta que Eloise, su bebé, se había hecho caca por todo durante el trayecto (la culpa la tuvo una fruta exótica que le habían hecho probar) y, para mi gran sorpresa, la a mi entender siempre perfecta Stephanie no había cogido ropa de recambio y la pobre Eloise iba en pañal.
Después de unos minutos maldiciendo nuestra suerte, preguntándonos por qué siempre parece que a los demás estas cosas siempre les salen bien y a nosotras, no, etc. etc., decidimos reírnos de todo, olvidarnos de las fotos, tapar a Eloise lo mejor posible y meterla en el carrito, dar un paseo a orillas del río, ir a comernos una poco fotogénica pero deliciosa hamburguesa e intentar hablar mientras nuestras criaturas no paraban de gritar y ponérnoslo difícil. Vamos, una comida de lo más #reallife cuando sales con niños (o al menos los míos).
Y, como la improvisación, al final es lo que mejor suele funcionar, decidimos ir a tomarnos un café (de esos con flor dibujada que sabe hacer el marido de Steph) a casa de Stephanie y salir a dar un paseo sin pretensiones por los viñedos que tiene al lado de casa. Al final, salió el sol, tuve mis colores otoñales y unas fotos que a mí me dan muy buen rollo.
Los niños estaban todos guapísimos con ropa de Stadtlandkind, yo estrené mi vestido también de Stadtlandkind y acabó siendo un día muy normal, con sus más y sus menos, pero en buenísima compañía.
Créditos: Stephanie and myself.
Ropa de los niños y mi vestido: Stadtlandkind
Hola, Marta:
La verdad es que las fotos dan muy buen rollo…