Sesión de familia con mi querida Mirin

Cuando una instaamiga, ahora amiga, que hace unas fotos preciosas y tiene infinidad de amigas fotógrafas te pide una sesión de familia a ti porque quiere que seas tú, ya os podéis imaginar la emoción.

A Mirin (@mirinclos) la conocí en el Petit Atelier-Bistrot, curso y experiencia gastronómica organizado por Inés (@lespetiteschosesdudimanche) el año pasado en el Empordá. Ya hacía tiempo que nos seguíamos mutuamente en Instagram, pero el flechazo fue instantáneo cuando me vino a recoger en coche para ir a casa de Inés. Teníamos bastantes cosas en común, yo acababa de dar a luz, ella estaba embarazada de Valentina, compartimos una sensibilidad muy parecida…

Desde el Atelier, tanto con ella como con las demás participantes, la amistad ha traspasado la pantalla y ya no puedo imaginar mi vida sin nuestros intercambios de mensajes interminables por WhatsApp.

No estaba muy claro cuándo ni dónde haríamos la sesión, pero aprovechamos unos días en la playa no muy lejos de su casa para organizarla. Es un orgullo cuando una amiga te pide una sesión (no unas fotos, en plan amiga), pero para mí la presión es también mucho mayor. ¿Y si la decepciono? ¿Y si no salen las fotos como ella se imaginaba?

Yo ya iba a la sesión como un flan. Pues resulta que, para ir a la playa en la que íbamos a hacerla, habíamos convenido que me recogería en el hotel en el que yo estaba con mi familia. Pero no nos entendimos bien y la idea era que yo cogiera mi coche (obvio, porque son cinco), con tan mala suerte que Philippe se había ido de paseo con los peques, la llave del coche y SIN móvil. Si ya estaba nerviosa, imaginaos cómo me puse cuando llamaba y llamaba al móvil de mi señor marido y no me lo cogía.

Al final, lo solucionamos haciendo dos viajes y fue llegar a la playa, ver a esta familia preciosa y la conexión que tienen entre ellos y sentirme como poseída por la cámara. Me da hasta vergüenza decir la cantidad de fotos que les hice; no quería perderme ni un gesto, ni una caricia o un beso robado.

Después del percance de locomoción, tampoco estaba de nuestra parte el tiempo; habían dado sol, pero el cielo estaba bastante nublado, había muchísimo viento y mucha humedad, con lo que era imposible mantener limpio el objetivo. En realidad, el cielo nublado y el viento me encantan para hacer fotos en la playa, así que no nos dejamos desanimar por el tiempo e incluso tuvimos la suerte de disfrutar de los rayos de la puesta de sol al final de la sesión, lo que le ha dado mucha más variedad al conjunto.

Os dejo con las fotos, que espero que os gusten tanto como a mí. Tuve mucha suerte porque la materia prima no podía ser mejor y entendieron a la perfección lo que yo buscaba plasmar en la sesión. Muchas gracias, Mirin, por confiar en mí.