Debería estar contenta de haber podido pasar ocho meses en casa disfrutando de mi bebé. Es un privilegio en estos países nuestros en los que la norma son cuatro meses de baja por maternidad (sí, Suiza es uno de ellos; en esto a Suecia solo se parece en el nombre).
Tengo la inmensa suerte de tener un trabajo que me gusta y me da muchísima libertad: trabajo bastante desde casa, tengo unas señoras vacaciones –que están a la vuelta de la esquina, todo sea dicho– y no tengo un jefe encima que me atosigue constantemente con objetivos o “going the extra mile” (como nos repetían día sí, día también en mi antiguo trabajo). Tiene sus complicaciones, como todos los trabajos; pero muchas más ventajas que inconvenientes.
Pensaréis: “¿y esta de que se queja?” y tendréis toda la razón del mundo. No tengo razones para quejarme y, aun así, me quejo. Porque lo que siento no es racional y me ha pillado totalmente desprevenida.
Cuando tuve a Inés, también estuve más o menos el mismo tiempo en casa con ella, pero recuerdo perfectamente el primer día que la dejé en la guardería porque salí de ahí con una sonrisa de oreja a oreja y cogí el coche camino al trabajo con la música a todo volumen, cantando a pleno pulmón.
Sí, so pena de parecer bipolar, después de mi primera baja por maternidad volví al trabajo más contenta que unas castañuelas y, esta vez, parece que al retomar la vida activa (me río yo de la expresión, como si en casa la vida fuera inactiva) me estuvieran arrancando una parte de mí.
Supongo que convertirse en madre lleva su tiempo. O yo soy muy lenta. Hay mujeres que siempre han querido tener hijos y quizás eso haga que se vayan preparando desde que el instinto maternal llama a su puerta. A mí el instinto maternal me llegó muy tarde –incluso me pregunto si lo tuve antes de que naciera Inés–, ha ido apoderándose de mí poco a poco, de manera sibilina, como quien no quiere la cosa, hasta hacer de mí no una madre, sino una madraza, que saborea cada momento con sus hijos como una buena ensaladilla rusa (de las que prepara mi madre, a poder ser), que es consciente de la fugacidad y la crueldad del tiempo y que tiene miedo de irse a trabajar, volver y que sus hijos se hayan hecho mayores sin que se dé cuenta.
Pero, bueno, dejemos claro una cosa: no soy yo la que hablo, son mis hormonas –al menos eso quiero pensar– y espero que pronto me den un respiro (¿quizás cuando me decida a destetar a Théo?).
A mi ahora más que asumida condición de madraza, se añade la pena (el “duelo”) del último hijo, de saber que nunca más voy a vivir la misma experiencia, que nunca más tendré un bebé mío en brazos y no quiero, me niego a que pase tan deprisa esta etapa.
Está claro, queridos lectores (casi me atrevo a decir “lectoras), que todo lo que siento es muy normal, lo han vivido las madres del mundo entero desde tiempos inmemoriales, muchas os sentiréis identificadas con mis palabras y quizás alguna piense que es una banalidad dedicarle un post al tema. Pero, al fin y al cabo, cada uno somos protagonistas de nuestra propia película y tenemos derecho a sentir las cosas como si nadie las hubiera sentido antes así.
Estoy segura de que, en unas semanas, o meses, me reiré de este momento y estaré feliz de recuperar una faceta importante de mi vida: la de mujer profesional que no solo cría hijos, sino que hace muchas otras cosas más; entre ellas, intentar enseñar. Pero, hasta entonces, habrá que capear el temporal como se pueda y “echarle pechera”, como decimos en mi pueblo.
Sí, he vuelto al trabajo.
Posdata: quería darles las gracias a unas mujeres estupendas a las que conocí por pura casualidad en un curso de fotografía y estilismo culinario, con las que pensaba tener muy poco en común aparte de la fotografía (lo confieso) y que, contra todo pronóstico, se han convertido en una parte esencial de mi vida y me están ayudando muchísimo a superar airosa este periodo de cambios. Gracias, chicas, por estar al otro lado de la pantalla siempre y por no juzgarme cuando os cuento mis estados de ánimo.
Ai Marta, como resueno con tus palabras… Yo estoy ahora también en mi propia fase de duelo. Y si, aún teniendo 4 hijos no «tengo basatante» pero oye, mis sentimientos son míos y eso es lo que siento. Pensar que no tendré otro bebé en brazos me duele… pero lo curioso es que aunque duela, también me siento feliz y acepto el duelo. Se que es pasajero y no me impide apreciar este nuevo camino que tengo por delante, en que por no tener bebés pequeños se abren también nuevas puertas.
Un abrazo,
Nitdia
jooo Marta, me he sentido super identificada con lo que cuentas, yo también me he sentido parecido con la primera y el segundo, no se si porque con Camila lo pasé peor y necesitaba desconectar y con Lucas todo fue más sencillo o quizás también por lo de que es «el último» y me da mucha pena… no quiero que pase tan rápido el tiempo…
estoy segura que en poco tiempo estarás feliz en tu trabajo, que creo que te encanta, y que cuando veas a los niños será genial.
de todas formas muuuucho ánimo guapa en esta nueva etapa
mua mua
Elisa
Marta, a ver si me vas a hacer llorar, que mis hormonas yo creo que son primas hermanas de las tuyas ahora mismo… Ni banal ni nada, es un post precioso y sincero, y sí, aunque muy afortunadas en muchas cosas, tenemos derecho a sentirnos mal.
A capear un día más preciosa!!! Te quiero con locura, fíjate!!